martes, 9 de marzo de 2010

Temblor


... A esta temblorosa muchacha, a este elástico, gatuno, agazapado montón de pretensiones y deseos y ardores inconfesables, y dolientes temores (lo perderé, no puede ser, no es para mi, le perderé antes de que me deis tiempo a ser una italiana como vosotros) que ahora yacía al sol de su manta roja que no era suya, como tampoco era suyo el perfume, ni las gafas de sol, ni los cigarrillos que no fumaba, siempre como si viviera provisionalmente en casa ajena ¿Qué haces tu aquí, muchacha, qué esperas de ese amor fugaz y caprichoso, entre dos estaciones, como compartimento de tren, sino veleidades y luego adiós, si te he visto no me acuerdo? Solo por verle así, caminando semidesnudo y confiado -¿a caso no era este año el lago azul en la isla pérdida?- valía la pena y era suyo, suyo por el momento más que de sus padres o de aquella mujer que la esperaba en el futuro, más suyo que de qualquiera de las amantes que pudiera adorarle y poseérle mañana.


Envuelta en pensamientos abrasadores...

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