Comienza las visitas aunque, si bien he de decir las primeras fueron mi madre y mi tia, ahora comienzan esas visitas en que cuando cae la noche la guía turística aún puede continuar tra bicchiere e bicchiere, porque la fiesta en Bologna también es parte del turismo. En todo caso, esta vez no seré yo quien cuente la visita... sino el mismo Arturo!!
Ma che bella la città di Bologna!
Así es, y más si te la enseña una buena guía que hasta se sabe los secretos de una ciudad que para ella era desconocida hace no tanto y que la ha enamorado como puede enamorar a cualquiera.
¿Qué decir? No es sólo la ciudad, sino también su ambiente, su gente, contando a los erasmus y demás. Han sido 5 días tremendos, llenos de experiencias...
Una llegada cansada paliada con una ducha y un paseo para comenzar la pequeña relación con la ciudad... Su Piazza Maggiore, su iglesia de San Petronio, la piccola Venezia, sus voces de ultratumba que asoman por las esquinas... Nada mal para empezar. Luego una comida típica, con tortellini fresco, y una siesta reconfortante para poder disfrutar de mi primer "aperitivo" en Bologna. Italiano como idioma y pasta (y arroz) como alimento, además de vino para la "sed", fueron los ingredientes del evento. Y después fiesta a la bolognesa con rock inglés y ska =O
El segundo día me empapé aún más de la ciudad y sus calles, paseando y viendo cosas nuevas: iglesias de siete iglesias, camisas colgadas en árboles... Y después otra piadina en casa de unos simpáticos italianos, con arroz (por cortesía de Knorr), postre elaborado y... sí, vino, para después llegar algo tarde a un concierto de "vecchios" (qué bien suena en italiano) que hacían versiones de buenas canciones. Birras en un Irish y vuelta a casa rendidos tras el día anterior festivo, y con la idea de viajar a otra ciudad pronto al día siguiente: Padova.
Y no fue tan pronto, pero se viajó (será porque me empeñé =P), tras salir corriendo de casa para alcanzar un bus que perdíamos y cambiar y recambiar de ciudad de destino al haber dormido más de la cuenta. Pero nuestros planes no se habían trastocado realmente, aunque no lo sabíamos con certeza. Tras un desayuno
estimulante y hora y media de tren, arrivamos a Padova. Cogemos un plano para guiarnos y andamos hacia un centro desconocido para ambos (lo cual me alegraba y le quitaba a Raquel la responsabilidad de guiarme). Todo nuevo ma bonito. Otra ciudad con encanto de la que nos recorrimos buena parte de su zona centro, llegando a mercados de fruta, a mercadillos, grandes mausoleos, leones e hipogrifos. Y tras la efímera pero intensa visita, vuelta, con siesta trenaica (existen fotos atestiguantes).
Y aquí viene la "gran aventura" que nos cogió desprevenidos. Sin quererlo ni beberlo, nos montamos en un bus que poco a poco se alejaba de nuestro destino objetivo... Poco a poco se hizo un mucho, y cuál fue nuestra sorpresa al decirnos el conductor que teníamos que bajarnos, que el viaje había terminado ahí... Ahí, sí, en la otra punta de la ciudad, donde hasta veíamos el monte donde se encuentra San Luca, iluminado. Y yo, con mi determinación y optimismo, sugerí andar hasta llegar a algo conocido, y menos oscuro. Pero Raquel, realista, sabía que eso podía quedar muy lejos y que lo mejor sería un taxi. Tras breves momentos de desesperación, oh, sí! Vemos un autobús. Nuestra salvación... ma porque la conductora quiso hacernos un favor, per que si no, puede que aún estuviésemos ahí... Fotos de recuerdo y algo de rencor a Enrico Fermi, por alojarnos en su calle oscura y sombría...
Vuelta a casa y... fififieshta! Chupitos, pizza, risas... Buenos recuerdos de la fiesta bolognesa, sin duda alguna...
Domingo de medio resaca, con bajas en casa. Comida fuera de casa, crepes de por la tarde, aperitivo en un bar, y vuelta por la ciudad nocturna. Pero más que nada, visita a San Luca, recorriendo sus 3 kilómetros de pórticos, o al menos parte de ellos, subiendo escaleras y cuestas con el ánimo de la gente que desde el estadio nos vitoreaba (sí, era a nosotros). Pero mereció la pena el pequeño cansancio. Sol, al fin, y con el sol, algo de alegría y mejoría de la visita, a un lugar que tiene encanto y buenas vistas.
Tras una larga noche de sueño, último día, que sólo sería medio. Visita a los altos niveles de la ciudad, con panoramas geniales desde la parte más alta de una facultad. Nos hacemos pasar por matemáticos y volvemos a la tierra, con ganas de ver algo más antes de marchar. Compras y disfrute del sol, en una plaza mayor que se prestaba para sentarse en su suelo y a divagar o escribir.
Despedida, agradable y con mucho afecto, por todo lo que se me había ofrecido, comidas, cama, genial compañía, gente...
Realmente bueno, muy bueno. Un viaje del que me acordaré siempre.
Yo sólo puedo decir, Gracias a ti, Arturo, por hacerme pasar esos 5 días increíbles!!! :)
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