Il tempo scorre, ma tutto starà per incominciare di nuovo.
Que vuelva por aquí, probablemente, sorprenda a muchos. Para mí, la sorpresa fue ver la cantidad de visitas que aún sigue recibiendo mi humilde blog, al que hace mucho que dejé en el pasado. Pero como pasa cuando te pones a ordenar los álbumes de fotos, una vez venida a estos lares, echar la vista atrás es inevitable, releer lo escrito, recordar, añorar mi Erasmus de nuevo. Se me olvida, supongo, que no fui la única ni la última en vivir una experiencia semejante y que la ciudad de los pórticos infinitos y el alma enrojecida aún tiene cabida para muchos otros.
Como bien sabrán los antiguos Erasmus, volver la vista atrás y acordarte de un año como ese, sobre todo te trae a la cabeza el recuerdo de las personas que estuvieron contigo y los que hicieron que tú experiencia fuese distinta y, si cabe, más especial que la de cualquier otro. De entre tantas recordé a una persona, que para mí ha seguido manteniendo mi pedacito de Erasmus vivo en esa ciudad. Un Erasmus de los que se quedan atrapados hasta colarse por las grietas de los adoquines del suelo, de los que cambiaron besos y romances, por ladrillo rojo y secretos de ciudad y aceptaron que Bologna era la única italiana que les había robado el corazón. ¿Y quién lo va a negar?
En el fondo nos pasó a todos. Bologna te atrapa, lo hace desde el instante en que comprendes que no es una ciudad para el turismo, para sacar cien fotos y marcharte creyendo que viste lo más importante. Es una ciudad para vivirla. Aún hoy la siento así, dos años después de verla por primera vez, habiéndome ido más cargada de ilusiones (que eso a rayanair no le pesa) que de nada material. Aún hoy esos recuerdos tintados del rojo de las calles, con aroma de pizza al forno; de ventanas y contraventanas de mil colores, de las dos torres siempre vigilantes, de la lluvia vista desde i portici y las noches vistas desde mi bicicleta. Lo importante de ésta ciudad, para desgracia de los fotógrafos exprés de encuadre rápido, está en todas partes. Impregnado en cada recoveco, cada grieta, cada cruce de miradas por via zamboni, cada calle sin salida, cada bache en bicicleta por Ugo Bassi, cada recuerdo recuperado que se queda en ti, que es tuyo, que te pertenece en custodia compartida con Bologna, que se quedó con la otra parte de ti que allí dejaste.
Ahora me resulta extraño echar la vista atrás, se me nublan los recuerdos y quizá no soy capaz de tomar nota de los más ínfimos detalles, releo alguna de mis antiguas entradas y me sorprendo dándome cuenta de lo rápido que pasa el tiempo.
¡Empieza un nuevo año Erasmus!
¡In bocca al lupo, Bologna!